En
las últimas décadas, la vida de las familias ha cambiado muchísimo. Antes, los
padres mandaban, y los hijos obedecían. Pero ahora es común que los niños
manden, y los padres obedezcan. Veamos las siguientes situaciones de la vida
real.
C
En
una tienda, un niño de cuatro años se encapricha de un juguete. Su madre
intenta convencerlo de que deje: “¿No, tienes ya muchos juguetes?”. Al instante
se da cuenta de que no tenía que haber preguntado. El niño empieza a lloriquear
y dice: “¡pero quiero este!”. Con miedo de que acabe como siempre, en una
rabieta, la madre cede.
C
Mientras
un hombre está hablando, su hija de cinco años lo interrumpe: “¡Estoy aburrida,
me quiero ir!”. El padre enseguida se agacha y le pregunta con voz dulce: “¿Me
das unos minutitos más, cariño?”.
C
A
Jaimito, un chico de 12 años, de nuevo le han llamado la atención por gritar a
su maestra. Su padre está muy molesto, pero no con Jaimito, sino con la
maestra. “Es que te tiene manía –le dice a su hijo-. Voy a hablar con el
director”.
En
realidad, en muchos hogares los padres toleran el mal comportamiento de los
hijos, ceden a sus caprichos y los libran de las consecuencias de sus actos. El
libro The Narcissism Epidemic (La epidemia del narcisismo) comenta: “Es cada
vez más común ver a padres que ceden su autoridad a los hijos (…). No hace
tanto, los niños sabían quién mandaba y tenían claro que no eran ellos”.
Por
supuesto, muchos padres ven la importancia de enseñar valores a sus hijos. Por
eso procuran darles un buen ejemplo y corregirlos con cariño y firmeza cuando
hace falta. Sin embargo, según el libro citado antes, los padres que actúan así
“están nadando contra la corriente social”.
¿Cómo
hemos llegado hasta este punto? ¿Dónde fue a parar la disciplina?
Los padres pierden autoridad.
Hay
quienes afirman que los padres empezaron a perder autoridad en la década de
1960, cuando los llamados “expertos” los animaban a ser menos exigentes con sus
niños. Les aconsejaban que más que padres, fueran amigos de sus hijos. También
les decían que alabarlos era mejor que reprenderlos y que convenía aplaudirles
lo que hacían bien en vez de empeñarse en corregirlos. En lugar de aconsejar a
los padres que equilibraran los elogios con la disciplina, les daban a entender
que, si regañaban a sus hijos, podían alterar su delicado estado emocional y
hacer que en el futuro les guarde rencor.
Poco
tiempo después, los expertos comenzaron a promover la autoestima. Parecía como
si hubiera descubierto el secreto de la educación infantil: hacer que los hijos
se sientan contentos con ellos mismos. Sin duda, es importante hacer que los
niños se sientan seguros, pero esa filosofía fue llevada al extremo. Se llegó a
recomendar a los padres que, al corregir a sus hijos, evitaran palabras negativas
como no y malo. Debían recordarles continuamente lo mucho que valían y que
podían llegar a ser lo que quisieran. Era como si fuera más importante
ayudarlos a sentirse bien en vez de a hacer bien las cosas.
Hoy
en día hay quienes piensan que dar tanto énfasis a la autoestima solo logra que
los niños crean que lo merecen todo y que son los reyes del mundo. Además,
según el libro Generation Me (La generación Yo), esta tendencia ha hecho que
muchos jóvenes “no estén preparados para las críticas y los fracasos que
acompañan a la vida”. “En el mundo laboral a nadie le preocupa tu autoestima
–dice un padre citado en esta obra-. Si le presentas a tu jefe un informe mal
hecho, no te va a decir: Me encanta el color del papel que escogiste. Este
mismo padre añade que hacerles creer a los hijos que todo irá bien, hagan lo
que hagan, no les ayuda en lo más mínimo”.
Hoy una cosa, mañana otra.
Las
formas de pensar van cambiando con el tiempo, y esto influye en la manera de
educar a los hijos. El experto en educación Ronald Morrish afirma: “La manera
de disciplinar varía constantemente, pues refleja los cambios en la sociedad”.
Por eso, es muy fácil que los padres sean llevados de aquí para allá por todo
viento de enseñanza.
Evidentemente,
la permisividad de los padres de hoy tiene consecuencias negativas. Además de
debilitar su autoridad, priva a sus hijos de la guía necesaria para tomar
buenas decisiones y enfrentarse a la vida con seguridad.
¿Existe
una forma mejor de educar a los hijos?
La buena disciplina.
Por
supuesto, ser un buen padre no es nada fácil. Pero si usted no da la debida
corrección a sus hijos, solo empeorará las cosas. ¿Por qué? Porque sus hijos
harán lo que quieran y usted terminará frustrado. Además, si no es claro y
constante al corregirlos, sus niños acabaran confundidos.
Disciplinar
a los niños con cariño y equilibrio los ayuda a pensar y comportarse como es
debido. También les da la orientación necesaria para tomar buenas decisiones y
llegar a ser personas de bien.
Si
quiere tener éxito como padre, siga las siguientes reglas al disciplinar a sus
hijos:
¨ Sea cariñoso.
¨ Sea claro y constante.
¨ Sea razonable.
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