El movimiento
dirigido por los hermanos José y Vicente Angulo, Gabriel Béjar y el brigadier (equivalente a lo que hoy sería
General de Brigada) Pumacahua entre agosto de 1814 y marzo del año siguiente,
es considerado con justicia como el más serio intento autónomo hecho por los
peruanos para su emancipación de España. Con ocasión de la polémica acerca de
la “independencia concedida” o “conseguida”, desatada por el artículo de
Bonilla – Spalding, el historiador Jorge Basadre no dudó en agitar la
rebelión del Cusco como la prueba de la
voluntad separatista y la conciencia patriótica de los peruanos, antes de la
llegada del ejército de San Martín. En la insurrección habrían participado
criollos, como los Angulo y Béjar, de la mano con un noble indígena de la
región, como el cacique brigadier. La trayectoria personal de este último
resulta fascinante, si no enigmática: ¿en qué momento, entre 1781 y 1814, o
apenas entre 1813, cuando como presidente de la Audiencia del Cusco se puso de
lado del virrey y el bloque de los “peninsulares”, en el conflicto con los
criollos, y agosto de 1814, fue ganado por la idea de la independencia? ¿Qué
mutación se produjo en él (a los sesentiséis años), que al poder español le
debía casi todo: propiedades, privilegios, cargos, títulos y honores?
La identidad social
de los Angulo y Béjar es, por su lado, confusa. El regente de la Audiencia,
Manuel Pardo, los calificó de “unos cholos ignorantes y miserables”, mientras
que el historiador Jorge Cornejo Bouroncle considera que se trataba de criollos
del Cusco, aunque quizás no de los más encumbrados. De hecho, todos ellos eran
oficiales militares, aunque de graduación más bien baja: capitanes o tenientes;
otro hermano más de los Angulo, Juan, era párroco en Lares, provincia del
Cusco.
La tesis de que la
rebelión estalló por defender a la Constitución de la contraofensiva
absolutista de Fernando VII, quien derogó la Carta de Cádiz en mayo de 1814, no
se sostiene, si consideramos que esa noticia no arribó a Lima sino hasta cinco
meses después, es decir, en octubre; y a Cusco seguramente más tarde aun;
mientras que el movimiento de los Angulo se produjo el dos de agosto. Parece,
así, que la defensa de la Constitución fue solo una cuartada para ganar el
apoyo del partido criollo y despistar a las autoridades, mientras el movimiento
cobraba fuerza y los patriotas del Rio de La Plata avanzaban desde Tucumán y
Salta.
Los criollos del
sur, casi desde un comienzo, sin embargo, desaprobaron el radicalismo del
movimiento y pidieron la liberación de los oidores. El concurso de Pumacahua,
que de defensor del absolutismo se pasaba, sin estaciones intermedias, hasta el
extremismo separatista, les supo a chicharrón de sebo. Aunque, según él, era
“su naturaleza indica” la que les fastidiaba. Sea como fuere, la violencia que
se desató en la marcha hacia La Paz, donde se señaló el cura Ildefonso Muñecas,
y en la toma de las haciendas y ciudades, sancionó el definitivo divorcio de la
rebelión con la clase criolla, aislándola hasta una rápida derrota. La propia
plebe del Cusco colaboró con las tropas del virrey para vencer a los
insurrectos.
En el curso de la
expedición de Pumacahua hacia La Paz, fue masacrada una familia de criollos, de
la que por obra del azar y tal vez de la compasión se salvó un niño de cinco o
seis años, quien fue recogido por unos pastores. Algunos años después se llevó
a Lima al pequeño un viajero, que se sorprendió de hallar un niño blanco y
rubio pastando ovejas en el altiplano. Este niño era nada menos que Rufino
Echenique, quien en 1851 sería elegido Presidente de la República.
Carlos Contreras y
Marcos Cueto: “Historia del Perú Contemporáneo”, Editorial: IEP, Quinta
Edición, Lima – Perú, 2013.