Un 4 de noviembre del año de 1780,
Túpac Amaru II nos legó un extraordinario y edificante ejemplo de amor a la
justicia hasta el extremo de inmolar la vida por el cumplimiento equitativo de
sus fueros autóctonos. De esta forma deja indeleble constancia de que la
historia no se forja para rememorar episodios sino para reflexionar sobre el
camino hacia el futuro y para beber del pasado enseñanzas que deben ser
transmitidas con la frescura del presente.
Túpac Amaru II viajó al
Cusco y Lima para conseguir precisamente ese anhelo personal de justicia y
fracasó porque reclamaba la supresión de los Corregimientos, la modificación
del abusivo servicio de la mita, la creación de la audiencia del Cusco, la
reducción de tributos, el mejoramiento del trato en los obrajes. Y que se
legislara con la mayor sensibilidad humana el trabajo en las minas. Es decir
pedía justicia a la Corona española para los que nacieron en estas tierras
antes que viniera España.
Agotadas todas las
gestiones al alcance de sus buenos propósitos, Túpac Amaru II comprendió que
ante la intransigencia, el único camino era la rebelión contra el orden
constituido. Fue así como el 4 de noviembre de 1780 hizo estallar el movimiento
de protesta armada, tomando prisionero Túpac Amaru II al cruel Corregidor de
Tinta, Antonio de Arriaga, quien murió en la horca.
Luego, el rebelde
organizó sus tropas venciendo en Sangarará (18 de noviembre) a las fuerzas españolas
y el 28 de diciembre, dominando las alturas, estableció el sitio del Cusco. El
10 de enero de 1781 suspendió el bloqueo y retornó a Tinta mientras que en el
Cusco los realistas organizaban y reforzaban un ejército poderoso.
En Checacupe, Cambapata y
Tinta, el rebelde Túpac Amaru II sufrió graves reveses, siendo perseguido y
apresado en Bangui, fue conducido al Cusco donde se le instauró un proceso
sumario que concluyó con su sentencia a la pena de muerte.
Su extraordinaria esposa,
Micaela Bastidas, quien tuvo a su cargo la organización de la retaguardia y su
más inmediata lugarteniente, también cayó prisionera. Esta luchadora
proporcionó a su marido rebelde desde pan hasta cañones.
El 18 de mayo de 1781 fue
viernes. Y ese día se realizó en la plaza de Huacaypata (hoy plaza de armas del
Cusco) el suceso más sangriento, cruel y despiadado que registra la historia
del encuentro de dos mundos.
Túpac Amaru II, primero,
fue obligado a contemplar el suplicio de sus seguidores Berdejo, Castelo y la Bastidas que fueron
ahorcados en forma simple. Al ex esclavo negro Oblitas lo lanzaron desde una
escalera, después lo arrastraron y finalmente lo ahorcaron por haber sido el
verdugo del Corregidor Arriaga. Su cabeza
fue remitida a Tinta.
Hipólito Túpac Amaru,
hijo mayor del caudillo, y su tío Francisco sufrieron igual pena, con el
agregado de que previamente les cortaron la lengua. Y a la valerosa Cacique
Tomasa Tito Condemayta le dieron garrote sobre un tabladillo con torno de
hierro.
Micaela Bastidas murió
ahorcada y rematada a patadas. Cuando le llegó el turno al gran caudillo le
abrieron la boca y le cortaron la lengua y cuatro caballos tiraron de sus
miembros, la fortaleza física de Túpac Amaru II evitó que fuera desmembrado y
el sanguinario visitador Areche ordenó
decapitarlo. El cuerpo fue descuartizado. Su cabeza fue remitida a Tinta y sus
brazos a Tungasuca y Carabaya mientras que sus piernas a Santa Rosa y Lívitaca.
Uno de los brazos de
Micaela Bastidas fue enviado a Tungasuca y el otro a la ciudad blanca. Fue
colgada para escarmiento del pueblo en la primera cuadra de lo que hoy es la
Calle Manuel Muñoz Nájar, que por tal motivo durante un largo tiempo fue
llamada como la calle de la mano.
Sirva este día para
rendir el homenaje de admiración más profundo a este caudillo que sacrificó su
vida y la de los suyos por anhelar la vigencia e imperio de las leyes, de la
justicia, de la confraternidad humana.
Y sirva asimismo para
inculcar en las generaciones jóvenes la admiración y gratitud inconmensurables
para quienes como éste rebelde, Micaela Bastidas y su grupo de heroicos
peruanos, escribieron con su sangre un capítulo admirable de valor y fe en
nuestros destinos.