PETER PAN.
En una ciudad lejana vivía Wendy, una
niña que todas las noches antes de dormir contaba historias muy divertidas a
sus hermanos. Cierta noche, apareció volando el valiente Peter Pan acompañado
del hada Campanita para pedirle a Wendy que los acompañara a visitar el País
del Nunca Jamás.
Wendy aceptó la invitación y Peter
Pan hizo una seña al hada Campanita y ella, con gran agilidad, empezó a
revolotear sobre los niños esparciendo un polvo mágico que hizo que pudieran
flotar en el aire. ¡Qué maravilloso, estaban volando!, y así partieron muy
contentos al País del Nunca Jamás.
Al llegar al País del Nunca Jamás,
todos los recibieron muy amigablemente, pero un día el Capitán Garfio y sus
piratas se llevaron a Wendy y a sus hermanos con la intención de que ella solo
le contara historias a él. El Capitán Garfio era un pirata muy malo y enemigo
de Peter Pan.
Como Wendy se negó a contarle
historias, el Capitán Garfio quiso lanzarla por la borda, pero en ese instante
llegó Peter Pan al rescate acompañado del animal al que Garfio tenía más miedo:
el cocodrilo. Al verlo, el Capitán Garfio huyó mientras gritaba ¡no me comas
cocodrilo, no me comas!
Wendy y sus hermanos decidieron
regresar a casa para que sus padres no se preocuparan, entonces Peter Pan llevó
a los niños a su hogar y prometió que las visitaría siempre. Desde entonces,
cada noche, Wendy cuenta a sus hermanos las fabulosas aventuras del valiente
Peter Pan.
LA SIRENITA.
En el fondo del mar, el rey Tritón
celebraba el cumpleaños número quince de una de sus hijas, la princesa Ariel.
Ella era una sirenita muy hermosa y además poseía una voz encantadora que
deleitaba a todos. Su espíritu era aventurero y lo que más deseaba era conocer
el mundo de los humanos.
A las sirenas se les permitía subir a
la superficie a partir de los quince años, pero como el rey Tritón quiso
regalarle algo especial a Ariel, le dio una pócima mágica para que tuviese
piernas y pudiera caminar por la playa. ¡Qué feliz estaba la sirenita de
conocer el mundo de los humanos!
La sirenita Ariel nadó muy contenta y
cuando llegó a la superficie vio un barco muy grande. Entre todos los marineros
del barco, destacaba el apuesto capitán de quien la sirenita se enamoró
inmediatamente. Pero de pronto algo pasó, una tormenta levantó grandes olas y
azotó el barco hasta hundirlo.
Ariel nadó para salvar al capitán
llevándolo hasta la orilla, luego bebió la pócima mágica que le dio su papá y
de pronto sus aletas se convirtieron en piernas. La sirenita empezó a contarle
al capitán bonitas canciones y tan hermosa era la melodía que el joven se
despertó enamorado de su voz.
El
capitán y la sirenita Ariel se veían todas las tardes y entre ellos nació el
amor. Un día el capitán le pidió que se casara con él y ella aceptó contenta;
en cuanto se dieron un beso, Ariel se convirtió en humana. Entonces se celebró
una bonita boda y ambos vivieron por siempre felices.
EL RATÓN PÉREZ.
Hace mucho tiempo en un reino lejano
vivía un niño príncipe llamado Buby a quien se le cayó su primer diente de
leche. Su mamá, la reina, le contó que si los niños buenos dejaban su diente
debajo de la almohada, por la noche el ratón de los dientes lo cambiaría por un
regalo.
El príncipe Buby dejó muy contento su
diente debajo de la almohada y en la noche, cuando el sueño ya le vencía, vio
aparecer a un lindo ratón, muy risueño y juguetón que exclamó: "Soy el
ratón Pérez, su majestad, y como usted ha sido un niño bueno hoy le traigo un
bonito regalo".
Buby era muy curioso por eso le pidió
al ratón Pérez que le dejara acompañarlo en sus aventuras. Después de pensarlo,
el ratoncito aceptó y pasó su rabo por la nariz de Buby quien al estornudar se
convirtió de pronto en un ratoncillo de piel brillante y ojos verdes.
El ratón Pérez llevó al ratoncillo
Buby a conocer a los demás niños que vivían en el reino, pero con gran pena
vieron que muchos de ellos eran pobres, iban mal vestidos, descalzos y con las
caritas de hambre. Buby le dijo al ratón Pérez que ayudaría a todos esos niños.
Al regresar al castillo, Buby se
transformó en niño y le contó a su papá lo que había visto. El rey quería mucho
a los niños y ordenó que repartieran alimentos y ropa a los niños pobres. Desde
entonces, todos vivieron felices y Buby con el ratón Pérez se convirtieron en
los mejores amigos.
LA LIEBRE Y LA TORTUGA.
En un bonito bosque de flores de
muchos colores vivía una liebre muy vanidosa. Cierto día, la liebre vio una
tortuga que caminaba lentamente y de forma burlona le digo: "Oye
tortuguita, no corras tanto que te vas a cansar". La tortuga miró a la liebre
y le hizo un reto: "Estoy seguro que puedo ganarte en una carrera".
La liebre se sorprendió por el reto
de la tortuga, los animalitos que estaban cerca escucharon todo y se quedaron
sorprendidos. "¡Cómo una tortuga me puede ganar en una carrera, ja, ja,
ja!", exclamó la liebre. Sin embargo, aceptó el reto. Entonces ambos se
colocaron al principio del camino para correr.
El búho dio la partida y la liebre
salió disparada, dejando a la tortuga muy atrás. Tanta era la distancia entre
ellos que la liebre en forma burlona esperaba a la tortuga a que llegara donde
estaba él y luego volvía a correr, dejándolo nuevamente atrás.
La liebre, confiando en su rapidez y
faltando poco para llegar a la meta, se echó a dormir bajo un árbol. Se quedó
tan dormido que no se percató que la tortuga le había pasado. La tortuga iba
lento, pero seguro. Tenía confianza en sí mismo y sabía que podía ganar la
carrera.
Cuando la liebre despertó se dio con
una gran sorpresa, la tortuga ya había llegado a la meta. Todos los animalitos
del bosque, muy contentos, alzaron en hombros a la tortuguita entregándole el
trofeo como ganador. La liebre, al ver esto, se puso a llorar y aprendió la
lección: Nunca debemos subestimar a los demás.
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